JESUS DESENTERRADO
John Dominic Crossan y
Jonathan L. Reed
PIEDRAS Y TEXTOS
¿Por qué apareció Jesús en el momento y en el lugar en que
lo hizo? ¿Por qué entonces? ¿Por qué allí? Concretemos
mejor la cuestión. ¿Por qué dos movimientos populares, el
del Bautismo de Juan y el del Reino de Jesús, surgieron en
los territorios gobernados por Herodes Antipas en la tercera
década del siglo I de la era vulgar (e. v.)? ¿Por qué no en
otro momento? ¿Por qué no en otro lugar?
Imaginemos dos formas de responder a la pregunta: a través
de las piedras o a través de los textos, a través del trabajo de
campo o a través de los evangelios, a través de los restos
materiales o a través de los restos escritos de la minoría
cultivada, a través de la labor de los arqueólogos o a través
de la labor de los exégetas. A continuación imaginemos que
sustituimos todos esos «o» en redonda por otros tantos «y»
subrayados del mismo modo. No estamos ante un caso de
arqueología o de exégesis, sino de arqueología y de
exégesis. Imaginemos, por último, que esas dos opciones
son métodos independientes, ninguno de los cuales se halla
subordinado o sometido al otro. La arqueología no es el
trasfondo de la exégesis, ni la exégesis es el decorado de la
arqueología. Los evangelios y el terreno deben leerse e
interpretarse cada uno a su manera y con arreglo a su propia
disciplina. Unos labios antiguos tienen su propia dignidad y
4
su propia integridad tanto si lo que se sujeta entre las manos
es un libro de Hornero como si no. Un tell antiguo conlleva
su propio reto y su propio misterio tanto si lo que se lleva en
la mochila es la Biblia como si no. Las palabras hablan. Y
las piedras también. Pero ninguna de ellas alza su voz. desde
el pasado hacia nosotros si no se produce un diálogo
interpretativo con el presente. Unas y otras hablan y exigen
ser oídas a su manera. Hasta que la arqueología y la
exégesis no hagan oír plenamente cada una su propia voz
por separado, no podrán llegar a formar juntas un coro ni
podrán aportar una información conjunta.
El objeto del presente volumen es integrar la arqueología de
campo y la exégesis evangélica concediendo a cada una
todo el potencial explicativo que posee sin otorgar
privilegios a ninguna de ellas sobre la otra. El hecho de que
los arqueólogos publiquen informes sobre sus trabajos de
excavación no es ninguna novedad. Y el hecho de que los
exégetas escriban sobre lo que han descubierto tampoco es
nada nuevo. La novedad en este caso estriba en que un
arqueólogo de campo experimentado y un especialista en la
figura de Jesús de reconocido prestigio trabajen juntos y lo
hagan no siguiendo sendas paralelas en capítulos escritos
sucesivamente por separado, sino siguiendo una sola senda
y enlajando una y otra disciplina en cada capítulo. ¿ Cómo
podemos leer las piedras y los textos como si fueran un todo
integrado? ¿Por qué, entonces, se llama el libro Jesús
desenterrado? Por un lado, ¿cómo se justifica eso de
«desenterrar a Jesús»? Podemos decir que exhumamos
5
poblados, aldeas, ciudades, que desenterramos casas,
tumbas, o incluso barcas: ¿pero quién puede excavar a Jesús
? Podemos decir que exhumamos a Caifás, el sumo
sacerdote en cuyo tiempo fue crucificado Jesús por Piloto,
porque los arqueólogos han descubierto la tumba de su
familia, su urna sepulcral, e incluso su esqueleto: ¿pero
cómo puede hablar la arqueología de desenterrar a Jesús?
Pongamos un ejemplo. Las sequías de 1985 y 1986 sacaron
a la luz, amplias zonas habitualmente sumergidas bajo las
aguas del lago Kinneret, el mar de Galilea del Nuevo
Testamento. En enero de 1986, Moshe y Juval Lufan, del
kibbutz Ginnosar, en la ribera noroccidental del lago,
descubrieron una barca del siglo i completamente enterrada
bajo siglos de lodo. Este hallazgo preciosísimo empezó
teniendo la consistencia del cartón húmedo, pero en la
actualidad, tras la magnífica labor de conservación llevada a
cabo por Orna Cohén, de la Universidad Hebrea de
Jerusalén, se yergue sólidamente restaurado en el vecino
Museo Yígal Allon. Con dos remeros a cada lado, un piloto
al timón, un mástil y una vela, se trata desde luego del tipo
de barca imaginada en los relatos evangélicos que hablan de
la presencia de Jesús en el lago. Imaginemos, de momento,
que se trata de la mismísima barca utilizada por Jesús. Es
muy improbable, desde luego, ¿pero cómo, al exhumarla,
estaríamos exhumando a Jesús ?
La barca se hundió no lejos de la orilla, por lo tanto no nos
habla de tormentas repentinas y peligrosas en medio del
lago. Habla, en cambio, de otra cosa. En primer lugar, aparte
6
de algunos elementos de cedro y roble, en la construcción de
la barca se utilizaron varias otras maderas de calidad
inferior, como el pino y el sauce. En segundo lugar, parte de
la quilla era de segunda mano y procedía de otra barca
anterior. En tercer lugar, la proa y la popa fueron retiradas
para ser empleadas posteriormente en otra embarcación. Por
último, el casco ya inutilizable fue hundido junto a la orilla.
Desde luego todo esto es absolutamente fortuito, pues se
trata de la única barca que se ha descubierto y restaurado
hasta la fecha. Pero esta embarcación capaz de navegar a
remo y a vela de casi ocho metros de eslora es un índice del
mundo social de los pescadores del lago Kinneret en
tiempos de Jesús: habla de buenos artesanos que utilizaban
con mimo unos materiales limitados y de inferior calidad
para que duraran lo más posible. Para completar la
descripción de ese mundo social debemos preguntamos
quién controlaba la pesca en el lago, si se podía pescar
desde la orilla o en barca con total libertad, si se pagaban
impuestos por las embarcaciones y las capturas y cuál era la
cuantía de éstos, cuántos individuos o familias manejaban la
barca, y si ese manejo suponía la propiedad absoluta de la
embarcación, la existencia de tierras hipotecadas, o el
alquiler de los equipamientos. Sí, podemos efectivamente
exhumar a Jesús a partir de esa barca, pero teniendo
muchísimo cuidado y sólo en el marco de las realidades de
las economías antiguas controladas por élites y no según el
moderno concepto de posibilidades empresariales.
7
Por otro lado, ¿cómo es posible hablar de «desenterrar a
Jesús»? La arqueología desentierra y puede desenterrar a
Jesús no sólo excavando los lugares en los que vivió o por
los que pasó, sino también rellenando el vacío dejado en el
mundo social en el que actuó del modo más exhaustivo
posible. ¿Pero por qué habría que utilizar los métodos de la
exhumación con los textos, y no sólo con las piedras? Desde
luego textos tales como los Rollos del Mar Muerto, de 1947,
o los Códices de Nag Hammadi, de 1945, fueron
encontrados bajo tierra, aunque de forma casual por pastores
y campesinos, y no a raíz de las catas llevadas a cabo por los
científicos. Pero cuando en este libro hablamos de
«desenterrar a Jesús» no sólo en el ámbito de la arqueología,
sino también en el de la exégesis, no nos referimos a
excavaciones textuales externas como ésas. Los evangelios
tienen una característica peculiar que permite hablar de su
excavación interna, que justifica el uso en este libro del
término «exhumación» tanto en el ámbito de la arqueología
como en el de la exégesis, y que nos proporciona el modo,
la manera, y el método en el que nuestra obra alcanza su
principal objetivo.
A menos que un yacimiento tuviera un único estrato
levantado sobre un lecho de roca y hubiera sido
abandonado y hubiera permanecido intacto y expuesto sólo
a la destrucción del tiempo, la excavación arqueológica
exigiría dedicar una atención escrupulosa a los múltiples
estratos de ocupación, en los que los más recientes se
levantarían sobre los más antiguos (el término técnico para
8
designar este fenómeno se llama estratigrafía,). En algunos
casos un texto puede ser como el primer caso descrito, y en
él un único estrato de escritura habría sido transmitido
intacto, viéndose expuesto sólo a los errores de los copistas.
Así sucede con la mayoría de las cartas de Pablo incluidas
en el Nuevo Testamento. Pero nuestra exégesis en la
presente obra se centra fundamentalmente en los evangelios
y éstos, tanto si están incluidos en el Nuevo Testamento
como si no, poseen tantos estratos como uno de los
montículos que excavan los arqueólogos. Por ejemplo,
cuando Mateo absorbe en su evangelio casi la totalidad del
de Marcos, en el texto de Mateo podemos observar estratos
más antiguos de Marcos y otros más recientes
pertenecientes al propio Mateo. Si un yacimiento antiguo
consta de una serie de edificaciones superpuestas, un
evangelio antiguo es asimismo una serie de escritos
superpuestos. Por consiguiente, en ambos casos el reto que
debemos afrontar fundamentalmente es el que supone la
multiplicidad de estratos.
Podríamos decir que la labor común de los autores de este
libro consiste en realizar una estratificación paralela, una
interacción entre los estratos de un montículo arqueológico
y los estratos de un texto evangélico. En ambos casos, para
lo que ahora nos interesa, debemos excavar por un lado
hasta llegar al estrato arqueológico del mundo de Jesús y
por otro hasta alcanzar el estrato textual de la vida de Jesús.
Naturalmente el problema radica en que, aunque todo el
mundo reconoce el carácter absolutamente imprescindible
9
de la estratificación arqueológica, esto es, la necesidad de
determinar y datar los sucesivos estratos de un yacimiento,
no todos están dispuestos a admitir análogamente que es
imprescindible y necesario, dada su actual naturaleza y sus
relaciones, hacer exactamente lo mismo con los evangelios
del Nuevo Testamento.
Por último, y resumidamente, ¿qué sacamos de integrar
arqueología y exégesis a través de una estratificación doble
y paralela? ¿Por qué apareció Jesús en el momento y el
lugar en que lo hizo?
Durante la generación anterior a Jesús, Herodes el Grande
reinó sobre el país de los judíos bajo el patrocinio de Roma
y llevó a cabo una grandiosa labor constructiva, por un lado
en Jerusalén, mediante la ampliación del monte del Templo
y, por otro en Cesárea Marítima, mediante el desarrollo de
un puerto de primera magnitud. Que la romanización era
igual a urbanización y comercialización nada lo explica
mejor que los grandes almacenes y los gigantescos
rompeolas de aquel puerto practicable en cualquier época
del año. Herodes erigió templos paganos en honor de la
diosa Roma y del divino emperador Augusto en Cesárea
Marítima (Judea), en Sebasto (Samaría), y más al norte, en
Cesárea de Filipo, pero, en comparación con estas otras
regiones de su reino, dejó prácticamente intacta Galilea.
Durante la generación de Jesús, le tocó a Herodes Antipas,
hijo de Herodes el Grande, intensificar la romanización,
10
urbanización y comercialización de Galilea, con la
reconstrucción de Séforis, en la que estableció su primera
capital en 4 a. e.v.,y la erección de una ciudad de nueva
planta, Tiberíades, a la que trasladó la capital en 19 e. v.
Así, pues, en tiempos de Antipas, y a imitación de lo
sucedido durante el reinado de su padre, el poderío de Roma
golpeó violentamente por vez primera la Baja Galilea
durante la tercera década del siglo i. Pero, aunque el
territorio judío quedó cubierto por un barniz de arquitectura
grecorromana y a pesar de que la comercialización que
acompañó a la romanización y la urbanización supuso una
redistribución de la riqueza, los arqueólogos han descubierto
tanto en Judea como en Galilea que el pueblo judío siguió
viviendo de una forma distinta a la de los pueblos con los
que estaba en contacto.
Además, combinando los textos y las piedras, podemos
comprobar que los objetos arqueológicos que reflejan la
vida de los judíos responden a una religión basada en la
alianza con Dios y a una ley divina que ordena el respeto a
la justicia y ala rectitud, a la pureza y ala santidad, pues el
país pertenece a un Dios que actúa siempre desde la premisa
de que se debe actuar justamente. En esa ley o Torah, Dios
afirma: «El país me pertenece». ¿Qué decir entonces de esos
reyes-clientes herodianos y del uso que hacían del país? ¿Y
qué decir del Imperio Romano, que afirma: «El país nos
pertenece a nosotros, os lo hemos arrebatado en el curso de
una guerra; o, si lo preferís en términos teológicos, nuestro
Júpiter se lo ha arrebatado a vuestro Yahveh» ? Por
11
consiguiente, cuando durante la tercera década del siglo I
Jesús anunció en la Baja Galilea la llegada del Reino de
Dios, lo que hacían Él y sus seguidores era divulgar unas
enseñanzas, una actuación y un modo de vida contrarios a la
implantación del poderío de Roma llevada a cabo por
Herodes Antipas entre sus subditos de las zonas rurales. No
estamos hablando de la violenta resistencia militar a Roma
que causaría más tarde el estado ruinoso en que todavía se
encuentran el Templo de Jerusalén y la fortaleza de Masada.
Ese tipo de resistencia no existía ni en Juan ni en Jesús,
pues, de haber sido así, Antipas no hubiera cortado la
cabeza sólo a Juan, y Piloto no hubiera crucificado sólo a
Jesús. Pero aunque tuviera un carácter no violento, se
trataba a todas luces de una actitud de resistencia frente a la
injusticia distributiva de la comercialización
romanoherodiana —de ahí la insistencia de Jesús en la
comida y la riqueza—, que se llevó a cabo en nombre de la
Alianza, el país, la Torah y el Dios del judaísmo.