Saturday, July 14, 2018




JESUS DESENTERRADO
John Dominic Crossan y
Jonathan L. Reed


PIEDRAS Y TEXTOS
 ¿Por qué apareció Jesús en el momento y en el lugar en que lo hizo? ¿Por qué entonces? ¿Por qué allí? Concretemos mejor la cuestión. ¿Por qué dos movimientos populares, el del Bautismo de Juan y el del Reino de Jesús, surgieron en los territorios gobernados por Herodes Antipas en la tercera década del siglo I de la era vulgar (e. v.)? ¿Por qué no en otro momento? ¿Por qué no en otro lugar? Imaginemos dos formas de responder a la pregunta: a través de las piedras o a través de los textos, a través del trabajo de campo o a través de los evangelios, a través de los restos materiales o a través de los restos escritos de la minoría cultivada, a través de la labor de los arqueólogos o a través de la labor de los exégetas. A continuación imaginemos que sustituimos todos esos «o» en redonda por otros tantos «y» subrayados del mismo modo. No estamos ante un caso de arqueología o de exégesis, sino de arqueología y de exégesis. Imaginemos, por último, que esas dos opciones son métodos independientes, ninguno de los cuales se halla subordinado o sometido al otro. La arqueología no es el trasfondo de la exégesis, ni la exégesis es el decorado de la arqueología. Los evangelios y el terreno deben leerse e interpretarse cada uno a su manera y con arreglo a su propia disciplina. Unos labios antiguos tienen su propia dignidad y 4 su propia integridad tanto si lo que se sujeta entre las manos es un libro de Hornero como si no. Un tell antiguo conlleva su propio reto y su propio misterio tanto si lo que se lleva en la mochila es la Biblia como si no. Las palabras hablan. Y las piedras también. Pero ninguna de ellas alza su voz. desde el pasado hacia nosotros si no se produce un diálogo interpretativo con el presente. Unas y otras hablan y exigen ser oídas a su manera. Hasta que la arqueología y la exégesis no hagan oír plenamente cada una su propia voz por separado, no podrán llegar a formar juntas un coro ni podrán aportar una información conjunta. El objeto del presente volumen es integrar la arqueología de campo y la exégesis evangélica concediendo a cada una todo el potencial explicativo que posee sin otorgar privilegios a ninguna de ellas sobre la otra. El hecho de que los arqueólogos publiquen informes sobre sus trabajos de excavación no es ninguna novedad. Y el hecho de que los exégetas escriban sobre lo que han descubierto tampoco es nada nuevo. La novedad en este caso estriba en que un arqueólogo de campo experimentado y un especialista en la figura de Jesús de reconocido prestigio trabajen juntos y lo hagan no siguiendo sendas paralelas en capítulos escritos sucesivamente por separado, sino siguiendo una sola senda y enlajando una y otra disciplina en cada capítulo. ¿ Cómo podemos leer las piedras y los textos como si fueran un todo integrado? ¿Por qué, entonces, se llama el libro Jesús desenterrado? Por un lado, ¿cómo se justifica eso de «desenterrar a Jesús»? Podemos decir que exhumamos 5 poblados, aldeas, ciudades, que desenterramos casas, tumbas, o incluso barcas: ¿pero quién puede excavar a Jesús ? Podemos decir que exhumamos a Caifás, el sumo sacerdote en cuyo tiempo fue crucificado Jesús por Piloto, porque los arqueólogos han descubierto la tumba de su familia, su urna sepulcral, e incluso su esqueleto: ¿pero cómo puede hablar la arqueología de desenterrar a Jesús? Pongamos un ejemplo. Las sequías de 1985 y 1986 sacaron a la luz, amplias zonas habitualmente sumergidas bajo las aguas del lago Kinneret, el mar de Galilea del Nuevo Testamento. En enero de 1986, Moshe y Juval Lufan, del kibbutz Ginnosar, en la ribera noroccidental del lago, descubrieron una barca del siglo i completamente enterrada bajo siglos de lodo. Este hallazgo preciosísimo empezó teniendo la consistencia del cartón húmedo, pero en la actualidad, tras la magnífica labor de conservación llevada a cabo por Orna Cohén, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, se yergue sólidamente restaurado en el vecino Museo Yígal Allon. Con dos remeros a cada lado, un piloto al timón, un mástil y una vela, se trata desde luego del tipo de barca imaginada en los relatos evangélicos que hablan de la presencia de Jesús en el lago. Imaginemos, de momento, que se trata de la mismísima barca utilizada por Jesús. Es muy improbable, desde luego, ¿pero cómo, al exhumarla, estaríamos exhumando a Jesús ? La barca se hundió no lejos de la orilla, por lo tanto no nos habla de tormentas repentinas y peligrosas en medio del lago. Habla, en cambio, de otra cosa. En primer lugar, aparte 6 de algunos elementos de cedro y roble, en la construcción de la barca se utilizaron varias otras maderas de calidad inferior, como el pino y el sauce. En segundo lugar, parte de la quilla era de segunda mano y procedía de otra barca anterior. En tercer lugar, la proa y la popa fueron retiradas para ser empleadas posteriormente en otra embarcación. Por último, el casco ya inutilizable fue hundido junto a la orilla. Desde luego todo esto es absolutamente fortuito, pues se trata de la única barca que se ha descubierto y restaurado hasta la fecha. Pero esta embarcación capaz de navegar a remo y a vela de casi ocho metros de eslora es un índice del mundo social de los pescadores del lago Kinneret en tiempos de Jesús: habla de buenos artesanos que utilizaban con mimo unos materiales limitados y de inferior calidad para que duraran lo más posible. Para completar la descripción de ese mundo social debemos preguntamos quién controlaba la pesca en el lago, si se podía pescar desde la orilla o en barca con total libertad, si se pagaban impuestos por las embarcaciones y las capturas y cuál era la cuantía de éstos, cuántos individuos o familias manejaban la barca, y si ese manejo suponía la propiedad absoluta de la embarcación, la existencia de tierras hipotecadas, o el alquiler de los equipamientos. Sí, podemos efectivamente exhumar a Jesús a partir de esa barca, pero teniendo muchísimo cuidado y sólo en el marco de las realidades de las economías antiguas controladas por élites y no según el moderno concepto de posibilidades empresariales. 7 Por otro lado, ¿cómo es posible hablar de «desenterrar a Jesús»? La arqueología desentierra y puede desenterrar a Jesús no sólo excavando los lugares en los que vivió o por los que pasó, sino también rellenando el vacío dejado en el mundo social en el que actuó del modo más exhaustivo posible. ¿Pero por qué habría que utilizar los métodos de la exhumación con los textos, y no sólo con las piedras? Desde luego textos tales como los Rollos del Mar Muerto, de 1947, o los Códices de Nag Hammadi, de 1945, fueron encontrados bajo tierra, aunque de forma casual por pastores y campesinos, y no a raíz de las catas llevadas a cabo por los científicos. Pero cuando en este libro hablamos de «desenterrar a Jesús» no sólo en el ámbito de la arqueología, sino también en el de la exégesis, no nos referimos a excavaciones textuales externas como ésas. Los evangelios tienen una característica peculiar que permite hablar de su excavación interna, que justifica el uso en este libro del término «exhumación» tanto en el ámbito de la arqueología como en el de la exégesis, y que nos proporciona el modo, la manera, y el método en el que nuestra obra alcanza su principal objetivo. A menos que un yacimiento tuviera un único estrato levantado sobre un lecho de roca y hubiera sido abandonado y hubiera permanecido intacto y expuesto sólo a la destrucción del tiempo, la excavación arqueológica exigiría dedicar una atención escrupulosa a los múltiples estratos de ocupación, en los que los más recientes se levantarían sobre los más antiguos (el término técnico para 8 designar este fenómeno se llama estratigrafía,). En algunos casos un texto puede ser como el primer caso descrito, y en él un único estrato de escritura habría sido transmitido intacto, viéndose expuesto sólo a los errores de los copistas. Así sucede con la mayoría de las cartas de Pablo incluidas en el Nuevo Testamento. Pero nuestra exégesis en la presente obra se centra fundamentalmente en los evangelios y éstos, tanto si están incluidos en el Nuevo Testamento como si no, poseen tantos estratos como uno de los montículos que excavan los arqueólogos. Por ejemplo, cuando Mateo absorbe en su evangelio casi la totalidad del de Marcos, en el texto de Mateo podemos observar estratos más antiguos de Marcos y otros más recientes pertenecientes al propio Mateo. Si un yacimiento antiguo consta de una serie de edificaciones superpuestas, un evangelio antiguo es asimismo una serie de escritos superpuestos. Por consiguiente, en ambos casos el reto que debemos afrontar fundamentalmente es el que supone la multiplicidad de estratos. Podríamos decir que la labor común de los autores de este libro consiste en realizar una estratificación paralela, una interacción entre los estratos de un montículo arqueológico y los estratos de un texto evangélico. En ambos casos, para lo que ahora nos interesa, debemos excavar por un lado hasta llegar al estrato arqueológico del mundo de Jesús y por otro hasta alcanzar el estrato textual de la vida de Jesús. Naturalmente el problema radica en que, aunque todo el mundo reconoce el carácter absolutamente imprescindible 9 de la estratificación arqueológica, esto es, la necesidad de determinar y datar los sucesivos estratos de un yacimiento, no todos están dispuestos a admitir análogamente que es imprescindible y necesario, dada su actual naturaleza y sus relaciones, hacer exactamente lo mismo con los evangelios del Nuevo Testamento. Por último, y resumidamente, ¿qué sacamos de integrar arqueología y exégesis a través de una estratificación doble y paralela? ¿Por qué apareció Jesús en el momento y el lugar en que lo hizo? Durante la generación anterior a Jesús, Herodes el Grande reinó sobre el país de los judíos bajo el patrocinio de Roma y llevó a cabo una grandiosa labor constructiva, por un lado en Jerusalén, mediante la ampliación del monte del Templo y, por otro en Cesárea Marítima, mediante el desarrollo de un puerto de primera magnitud. Que la romanización era igual a urbanización y comercialización nada lo explica mejor que los grandes almacenes y los gigantescos rompeolas de aquel puerto practicable en cualquier época del año. Herodes erigió templos paganos en honor de la diosa Roma y del divino emperador Augusto en Cesárea Marítima (Judea), en Sebasto (Samaría), y más al norte, en Cesárea de Filipo, pero, en comparación con estas otras regiones de su reino, dejó prácticamente intacta Galilea. Durante la generación de Jesús, le tocó a Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, intensificar la romanización, 10 urbanización y comercialización de Galilea, con la reconstrucción de Séforis, en la que estableció su primera capital en 4 a. e.v.,y la erección de una ciudad de nueva planta, Tiberíades, a la que trasladó la capital en 19 e. v. Así, pues, en tiempos de Antipas, y a imitación de lo sucedido durante el reinado de su padre, el poderío de Roma golpeó violentamente por vez primera la Baja Galilea durante la tercera década del siglo i. Pero, aunque el territorio judío quedó cubierto por un barniz de arquitectura grecorromana y a pesar de que la comercialización que acompañó a la romanización y la urbanización supuso una redistribución de la riqueza, los arqueólogos han descubierto tanto en Judea como en Galilea que el pueblo judío siguió viviendo de una forma distinta a la de los pueblos con los que estaba en contacto. Además, combinando los textos y las piedras, podemos comprobar que los objetos arqueológicos que reflejan la vida de los judíos responden a una religión basada en la alianza con Dios y a una ley divina que ordena el respeto a la justicia y ala rectitud, a la pureza y ala santidad, pues el país pertenece a un Dios que actúa siempre desde la premisa de que se debe actuar justamente. En esa ley o Torah, Dios afirma: «El país me pertenece». ¿Qué decir entonces de esos reyes-clientes herodianos y del uso que hacían del país? ¿Y qué decir del Imperio Romano, que afirma: «El país nos pertenece a nosotros, os lo hemos arrebatado en el curso de una guerra; o, si lo preferís en términos teológicos, nuestro Júpiter se lo ha arrebatado a vuestro Yahveh» ? Por 11 consiguiente, cuando durante la tercera década del siglo I Jesús anunció en la Baja Galilea la llegada del Reino de Dios, lo que hacían Él y sus seguidores era divulgar unas enseñanzas, una actuación y un modo de vida contrarios a la implantación del poderío de Roma llevada a cabo por Herodes Antipas entre sus subditos de las zonas rurales. No estamos hablando de la violenta resistencia militar a Roma que causaría más tarde el estado ruinoso en que todavía se encuentran el Templo de Jerusalén y la fortaleza de Masada. Ese tipo de resistencia no existía ni en Juan ni en Jesús, pues, de haber sido así, Antipas no hubiera cortado la cabeza sólo a Juan, y Piloto no hubiera crucificado sólo a Jesús. Pero aunque tuviera un carácter no violento, se trataba a todas luces de una actitud de resistencia frente a la injusticia distributiva de la comercialización romanoherodiana —de ahí la insistencia de Jesús en la comida y la riqueza—, que se llevó a cabo en nombre de la Alianza, el país, la Torah y el Dios del judaísmo. 


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